Cuento "El Grato"
Hombre de firmes convicciones, en más de una ocasión ya había sido arrojado por la borda empujado por el turbulento e implacable juicio de su propia conciencia, mas esta vez todos los precedentes de referencia aparecían pulverizados por la vorágine incontrolable de los acontecimientos.
Cuando inició la construcción de aquel edificio ninguna de las artes pretenciosas de adivinar el futuro tuvo la cortesía de advertirle. Destino, magia negra, astrología; ninguna lo auxilió en su momento. No creía en esas cosas, pero fue ocasión propicia para seducirlo y ahora no estaría atravesando por esta encrucijada.
Aquella construcción atrajo el masivo interés de la comunidad desde el principio. El radar de las centrales de negocios captó prontamente las señales del botín. Don Manuel había recibido múltiples y obstinadas propuestas de compra y alquiler y ya había seleccionado la que en sus fines y propósitos atendía los mejores intereses de la población y cumplía con los preceptos municipales que normaban los establecimientos comerciales. Sólo faltaba comunicar la decisión al beneficiario cuando recibió la visita de un viejo amigo, residente en el extranjero.
¡Caray José! Que sorpresa, pudiste llamarme antes.
- Ahora estoy llegando Manuel, afuera me espera el chofer y el vehiculo con los bultos, aun no he llegado a mi casa.
- Oye José, allá la gente se pone más joven y buen moza.
- ¡Ah Manuel! Es que el frío congela el envejecimiento de los productos tropicales.
- Ja, ja,... Acomódate y dime qué tan importante te trajo aquí antes de llegar a tu casa.
En eso se oyó el rechinar del aparato de fax, Don Manuel desvió la mirada hacia el equipo y después de ver el nombre del remitente, otro entrañable amigo, leyó en el fax recién llegado lo mismo que estaba oyendo en voz del visitante:
- ¡Quiero el edificio!
Don Manuel devolvió la vista hacia su querido visitante, la posó de nuevo en el fax y a seguidas se desmayó. Su cerebro había intentado procesar vertiginosamente las dos peticiones, desatando un colapso electroquímico que al cabo se abrazó a un desmayo para, de momento, salvaguardarse.
La inusual reacción no era para menos. Ambos demandantes eran autores de invaluables favores recibidos por él, ante quienes el se arrodillaba aunque el suelo estuviese sembrado de aguijones candentes. Su obrar mostrando gratitud no contemplaba límites. Dado un caso no admitía fracasos ni logros a medias.
Se transformaba totalmente y consideraba que la reverencia y respeto que normalmente exhibía de las leyes, preceptos morales y religiosos; se convertía en un castillo de hielo que se derretía bajo el fuego trepidante desencadenado por la demanda de corresponder a ineludibles compromisos con un acreedor de favores.
Ante un caso no vacilaba ni discernía, actuaba cual autómata despersonalizado. Esa transformación había sido consciente y profundamente cultivada, motivada, interiorizada.
La similitud y simultaneidad de las dos peticiones trastornaron cruelmente su lógica, que de inmediato quiso ceder el edificio a los dos aspirantes, dando de bruces con la imposibilidad de satisfacer ambos. Superó el desmayo diez minutos después, mas su cuerpo y semblante acusaban el paso de una devastadora tormenta... que apenas despuntaba.
Recobró el conocimiento rodeado por la secretaria, el amigo y algunos empleados; envueltos en el aroma de las pócimas y ungüentos aplicados para reanimarlo. Ya repuesto, Don Manuel necesitaba desesperadamente lograr una solución a su conflicto, para lo cual se encerró en su oficina y comunicó aquel viernes a su secretaria que no atendería a nadie, incluyéndola.
Empezó por establecer alguna diferencia de valor entre los favores recibidos de sus dos amigos para favorecer al que acumulara mayor puntuación. Este fue un vano y decepcionante intento. Consideró lanzar una moneda como sorteo que arrojara un agraciado pero de inmediato rechazó esas argucias. No era hombre de azares.
En esa disyuntiva apeló a la magnanimidad de sus amigos, convocándolos a una reunión con la esperanza de que alguno renunciara a su “inajenable derecho”. El encuentro traumatizó aun más a Don Manuel, por cuanto los convocados no sólo se negaron rotundamente a ceder en sus pretensiones sino que reiteradamente embadurnaron su cara rememorando cada favor que en momentos de necesidad dispensaron al angustiado. Cada uno proclamaba la superioridad de la deuda contraída con él. Terminado el encuentro, el futuro era sombrío para Don Manuel.
El lunes... su mirada congelada paralizaba el entorno en forma tal que el trajín vehicular y peatonal parecía una estampa empotrada en la inmensidad intemporal del universo. El aullar del viento septembrino se hacía un quejido levitando en la eternidad del tiempo.
En la oficina flotaba una especie de interrogante insondable que no alcanzaba su propia definición. Pendía una espesa sensación de injusta y terrible insignificancia frente a lo desconocido, que comprime a presión infinita los linderos del raciocinio.
Aquella mirada unidimensional copaba los más recónditos intersticios del lugar y despedía un incesante manto de omnipresencia sobrecogedora. Aquella mirada yacente en un cuerpo petrificado, sugería presencia paleontológica.
Pero... tanta inmovilidad fue escenario de infinitas esferas de febril actividad. Su cerebro había reciclado millones de veces todas las ideas que alcanzó a generar y una y otra vez fueron rechazadas. El dilema no cedió ni un ápice para una solución gloriosa, única admitida por él. Era el fin, tenebroso y eterno. Había caído... “En Coma”… para siempre.